Las 3 de la madrugada. El dedo índice de Noa temblaba como la gelatina, parte por el nerviosismo de su dueña, parte por los ya varios minutos que llevaba girando la rueda del ratón, haciendo scroll por las interminables actividades y comentarios de la red a la que ahora, después de la ayuda que le había dado su nuevo amigo, podía acceder sin ningún problema. Estaba abrumada.
Planos, contratos, estudios de viabilidad y una infinidad de documentos que a primera vista, parecían estar dentro de la legalidad, pero que se entremezclaban con los que realmente le preocupaban.
Sobornos, chantajes, extorsiones e incluso lo que parecía la contratación de personal de dudosa reputación para realizar trabajos que parecían salidos de un guión de película.
Informes policiales, historiales de varias personalidades y altos cargos, y todo ello, perfectamente distribuido en actividades y comentarios, clasificados dentro de los grupos de la red, pero...
-¿cómo habían conseguido organizar toda aquella cantidad de ficheros sin volverse locos?-
Noa no era una experta en organización de información, pero sabía que en aquella red la había.
De hecho, como casi todo el mundo, utilizaba el email para enviar y recibir archivos de sus clientes. Todas aquellas fotos, casi siempre de infidelidades, las facturas, la mayoría impagadas o devueltas, o los documentos relevantes de los casos que llevaba. Todos ellos se amontonaban en la bandeja de entrada y también, como casi todo el mundo, en un estado de perfecta desorganización.
Pero en Laycos todo tenía un orden, una razón de ser. La información era fácil de buscar y fácil de encontrar, dos términos que no siempre tenían por qué ir ligados. La información se presentaba clara y concisa ante sus ojos.
Y entonces, casi sin quererlo, pulsó en el icono de una carpeta que tenía un fichero. Ante ella, una nueva ventana se abrió.
Noa no salía de su asombro. A cada paso que daba su pulso se aceleraba. Había cambiado a una vista en la que sólo accedía a los ficheros de las actividades y comentarios, pero esta vez. . .
-¡Organizados por carpetas!-, exclamó Noa en voz alta.
Carpetas que podía navegar, que podía recorrer, y en donde realmente se dio cuenta de hasta dónde llegaba la cantidad de documentación que tenía en su poder y de hasta dónde podía llegar aquella telaraña, que aún no comprendía.
En otro momento, Noa estaría asustada sólo por el hecho de pensar que alguien pudiese acceder a los servidores de estos ficheros, pero recordó que en Laycos todo está cifrado usando algoritmos utilizados por la propia Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos para, incluso, su información más clasificada, y eso hizo que se sintiese más tranquila.
Comenzó a descargar los ficheros que le parecieron más relevantes. Tenía que empezar a investigar lo antes posible y no sabía si la próxima vez seguiría teniendo acceso a toda esta información. Eso le recordó a su nuevo amigo.
-¿Quién podría estar ayudándola al otro lado de la pantalla? ¿Quién, aparte del ya fallecido señor Tanenbaum, tendría acceso a esta información?-.
Uno a uno, los ficheros iban descargándose a su ordenador. Pensó entonces en lo bueno que sería ser un usuario normal de Laycos, de esos que no temen por el acceso a la información, no sería necesario descargar ningún fichero, podría trabajar de forma online completamente. Pero no era su caso, ella siempre nadaba contracorriente y en esta ocasión, no podía arriesgarse y dejar al azar el acceder nuevamente al contenido de la red de papá. Así era como la había bautizado.
Uno a uno, los archivos seguían llegando a cuentagotas. Sin darse cuenta, Noa se había quedado hipnotizada mirando la foto de ella con su padre, la foto que decoraba aquella red, la foto que había hecho que se removieran aquellos sentimientos que tenía tan profundamente enterrados en lo más hondo de su corazón, y que volvieron a la vida en la millonésima parte de tiempo que había tardado en deshacerse de ellos.
-Voy muy lenta descargando los ficheros-, se dijo a sí misma volviendo al mundo real.
Noa se percató que podía seleccionar varios ficheros a la vez y, aunque ella no era un experta en lo que a informática se refiere, sabía que podía significar que tal vez, Laycos permitiese descargar varios ficheros al mismo tiempo. Rebuscó entre todas las opciones disponibles. Ya con sobrada soltura se movía entre los menús y opciones desplegables y ¡bingo!, una opción de un menú con el texto Descargar. No lo dudó. Hizo clic y ante su atónita mirada un fichero comprimido con toda la selección que había realizado se descargó en su ordenador.
4 de la madrugada. Poco a poco las piezas del puzzle iban encajando. Documentos de expropiaciones de casas en el valle, compras de terrenos por muchísimo menos de su valor, todo bajo extorsión a sus propietarios, pero, ¿con qué fin?.
Todo apuntaba a ¿los árboles?. Detrás de todas las operaciones, una empresa, Western Wood Corporation, era una de las productoras de papel más importantes que existía.
¿Papel?, ¿quién necesita papel hoy en día teniendo Laycos?.
Noa se sorprendió a sí misma pensando de aquella manera tan digital. Cada documento que abría, le llevaba a uno nuevo, y así sucesivamente, y todos relacionados entre sí. Y entonces, ocurrió. Una nueva notificación llegó a la red.
Un uno blanco en un círculo rojo anunciaba un nuevo contenido. Alguien había escrito una nueva actividad y Noa no podía esperar para saber qué y quién había publicado.
Pulsó en el botón de actualizar y aunque fue tan sólo un segundo, para Noa fue una eternidad. La nueva actividad apareció delante de ella, con un letrero con la palabra Nuevo, tenía delante un contenido que le heló la sangre al instante. Cinco palabras que le pusieron la carne de gallina e hizo que sintiese un escalofrío en su nuca. La actividad decía:
¿Has conseguido nadar con delfines?